El otro día, mientras la feminista María Teresa Blandón, exponía su análisis sobre el empoderamiento económico de las mujeres, mencionó una frase que me caló fuertemente y me puso a reflexionar: ¨las mujeres somos las únicas que pagamos por amar¨.
Y dije, es cierto. No lo había pensado. Entonces me pregunté: ¿Y cuánto nos cuesta el amor a las mujeres? Probablemente ninguna ha sacado la cuenta. Yo tampoco. En este sentido no me referiré al amor de pareja, sino al amor por los hijos/hijas. Porque ese amor tiene un costo. Un costo que es mucho más alto para las mujeres que para los hombres. Un costo que ha sido despreciado y negado dentro de una cultura que nos otorga la responsabilidad vital del cuido de los otros: de los hijos, de las hijas, del hogar, del esposo, de la madre, del padre, del abuelo, de la abuela, etc. ¨Cuidan su desarrollo, su progreso, su bienestar, su vida y hasta su muerte¨, sostiene la feminista Marcela Lagarde.
El amor de madre
Lagarde ubica la cultura del cuido entre la obligación y la satisfacción. Esta cultura que les dice a las mujeres – y a la sociedad en general- que ese amor es incondicional, no tiene medida y tampoco precio, por ser inmensurable. Por ello es imposible calcularle un valor monetario, aunque quienes lo ejerzan, trabajen más de 48 horas semanales; sin horarios de entrada y salida.
En un trabajo que reducen su existencia – ¨sus mejores energías vitales, sean afectivas, eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus bienes y recursos¨- a satisfacer las necesidades de los otros. Y a pesar que constituye la labor social que asegura la preservación de la humanidad y anualmente es venerada; resulta que nadie más lo quiere hacer. Porque además la cultura enajenante dice que somos las mujeres las únicas que preservamos ¨el instinto maternal¨ y aquellas que ¨no poseen ese instinto maternal¨ que las convierte en madres abnegadas, son ubicadas en una posición socialmente aberrante, que ninguna quiere ocupar, de madres desnaturalizadas.
La superwoman
Más de una vez he visto como algunas mujeres (incluyéndome) hacen ¨actos extraordinarios¨ por sus hijos e hijas. Y ellas mismas los enaltecen, minimizando el trabajo diario que hacen en la crianza. Y aunque este panorama es común, no solo en Nicaragua, la vida moderna también las ha obligados a convertirse en ¨superwoman¨. Mujeres profesionales con dobles jornadas laborales: una en casa y la otra en la oficina. Mujeres que hacen malabares para cumplir ambos roles sociales. Y que en pro de cumplir con ese rol social, restamos responsabilidades a los hombres – padres.
Aún no he sacado la cuenta del costo monetario que pago por amor. Tampoco, si hablamos en materia económica, he sacado los costos de gastos y beneficios (gratificaciones). Y no es que me esté quejando, pero a manera de reflexión vale la pena ponernos a pensar en que el oficio del maternaje tiene su dificultad y tiene su costo. Un costo que las mujeres pagamos por amor.