Tengo 27 años, soy licenciada en Comunicación Social, tengo un trabajo estable y un bebé de 5 meses que es mi luz al amanecer y el brillo de mis noches.
Todo el embarazo fue de lo más normal, sin complicaciones y con los mimos de mi esposo, todo fue tan perfecto y con un trabajo de parto de 4 horas, que para mí fueron minutos, ¡gracias a Dios!.
¿Qué podría pasarme el día que llegará Matías?, nada pensé yo, el dolor intenso del que todas las mamás hablan y de ahí pues !serás feliz!. Eso es lo que la mayoría te vende cuando esperas a tu bebé, pero nadie te dice de lo mucho que puede afectarte toparte con un doctor practicante que cree saberlo todo y que minimiza tu dolor y no solo eso, hasta se toma el atrevimiento de pronosticar cuántas horas durará ese dolor, solo porque sos primeriza.
«Ni se te ocurra pujar que si tú hijo sale deforme será por tu culpa, de hecho ya tiene dos chichotes en la cabeza!, ¡Levántate que las contracciones no son eternas y vos pasaras todo el día con eso!, aún están claras en mi cabeza las palabras de ese doctor de apellido Rocha, ese que estaba chateando mientras otras doctoras le decían que mis contracciones estaban más aceleradas y que el parto sería más rápido de lo que él creía.
El «sabelotodo» se tragó sus palabras cuando después de haber llegado a las 4 de la mañana al hospital, mi hijo nació a las 7:41 am, casi antes de que él terminara su cansado turno, sí para él era cansado porque había tenido que practicar una cesárea horas antes que yo llegara y eso ya era suficiente, pero salado él y yo.
Después de ver a mi hijo sano y de ya no sentir más dolor, traté de dejar ese episodio, aunque al día siguiente que llegara el «doctorcito» con un doctor que me imagino yo, supervisaba su trabajo, volvió aquel enojo cuando escuché: «Doctor Rocha usted atendió a esta joven la mañana de ayer» y él con su arrogancia a flor de piel, «ahh, ¡no recuerdo!, ¿fui yo?», mi esposo estaba sentado en un sofá y nos quedamos viendo como diciéndonos «¿y todavía está de estúpido?. No dijimos nada y probablemente los dos hoy nos arrepintamos.
¡Dulce hogar!
Llegar a casa siempre es tan reconfortante y después de tener a tu bebé realmente es más satisfactorio.
Los días con el niño pasaban mientras luchaba por darle pecho, aquel estrés y enojo que sentía cuando el pobre no podía alimentarse era lo peor y es que soy tan salada que mis pezones pequeños no ayudaban y terminé yendo dónde una pediatra pro lactancia para que me guiara y me dijera que podía hacer y entonces conocí una pezonera y ¡ufff! realmente sentí que eso era el mejor invento del mundo, al fin mi hijo comía tranquilo y lo único que lo atormentaban eran aquellos terribles cólicos nocturnos, que nos mantenían despiertos y muertos de cansancio a los tres, pues mi esposo estuvo a cada instante que pudo, aún cuando llegaba cansado del trabajo.
Llegó el día 21 de mi pequeño y ese día me sentí diferente al resto de días, más cansada y con extrañas ronchas en algunas partes de mi cuerpo, corrí hacia el espejo y le dije a mi esposo: «estamos en problemas», ¡tenía varicela¡.
Le escribí a varios amigos doctores y les envié fotos de esas ronchitas cargadas de agua y en efecto, todos me dijeron ándate al hospital y mejor ya no toques al niño para evitar un contagio.
Pasé consulta y sí, era la enfermedad que muchas veces antes de embarazarme busqué para evitar algún riesgo en un posible embarazo. Mi esposo empezó a ver en todo momento al niño, yo de larguito, teníamos que evitar un contagio porque los pediatras me decían que estaba muy pequeño como para someterlo a luchar contra el virus, no podía darle el pecho, porque tenía los pechos cubiertos de granos.
Las ronchas me alejaron de mi pequeño por 8 días, cada vez que el niño lloraba se me partía el alma porque no podía ser yo quien lo calmara y arrullara en mis brazos, me aguanté por varios días hasta que le dije a mi esposo, que ya no podía más, que no sabía si sería egoísmo, pero que yo quería cargar a Matías, pues me hacía demasiada falta, además las ronchas ya estaban casi secas y los doctores me habían dicho al contrario del resto de gente, que esa es la manera en la que menos probabilidades de contagio hay, pues es el agua acumulada en las ronchas lo que multiplica el virus.
Peor que la varicela
Aún cargaba a Matías con muchas camisas encima, cubriéndome los brazos y la boca, cuando de repente una llamada, «¡Juani mi papá tiene cáncer y parece que es terminal!», mi mundo se vino abajo, era mi papá, el hombre que más me amaba y el que estaba feliz con su nieto quien apenas tenía 26 días de nacido. Me solté en llanto y empecé como loca a arreglar una maleta y a decirle a mi esposo que debía ir a Chinandega que mi familia me necesitaba, aunque mi papá había dicho que no me dijeran, que no le dijeran a nadie.
Estar cerca de mi papá intentando estar fuerte, fue difícil, pero aún más cuando nos reunió a mis hermanas y a mí para decirnos que él estaba preparado, que su misión en este mundo estaba terminada, pues él había pedido a Dios que le permitiera hacernos mujeres profesionales, que fuéramos independientes y él ya había visto su sueño realidad, las tres teníamos nuestras carreras y trabajos estables.
Esa plática terminó en convencerlo de buscar otra opinión médica, que nosotras queríamos buscar la manera de ayudarlo, aunque él se negara a estar internado en un hospital, eso fue un tres de septiembre y para el 16 teníamos planeado el cumpleaños número 1 de mi sobrinita, «la muñeca» de mi papá, todas pensamos junto con mi mamá suspender la actividad y mi padre dijo: «no, mi muñeca no tiene la culpa, ella merece su piñata y la vamos a hacer», así siguieron los planes.
Lo llevamos a ver otro doctor y en efecto había indicio de cáncer y los pronósticos no eran muy buenos, pero el doctor pidió una cantidad de exámenes que significaban un montón de dinero que no teníamos, pero que haríamos el intento de obtener.
«Solo necesito 10 días», esa frase se convirtió en una canción para mi papá, esos eran los días que faltaban para el cumpleaños de la niña, una de mis tías lo escuchó y nos dijo: «cambien la fecha de la piñata, adelántenla porque me da miedo escuchar a tu papá diciendo que necesita solo esos días» y bueno la piñata se hizo el 10 de septiembre y ese día los ánimos no estaban como para esmerarnos en el arreglo, las chimbombas no se lograban pegar a la pared, era un caos, la hora se acercaba y nada tenía forma.
Yo inflaba chimbombas y miraba a mi papá sentado en un silla, sacando fuerzas para estar en este mundo, en solo días se había convertido en otra persona.
Matías tenía un mes y el estrés que vivía me bloqueó, no pude seguir dando pecho, me negué, me cerré en que no podía, no tenía fuerzas y estaba aterrorizada porque mi papá se me iba, muchos llegarán a decir que fui egoísta, por pensar en mí y no en mi hijo.
Hubo piñata, todo salió bien, me tocó regresar a Managua ese mismo domingo, el miedo no me dejó dormir esa noche, el viento que entraba por la ventana, sentía que me decía que ya se iba a ir, lloraba y me debilitaba. Al día siguiente mi papá empezó a alucinar y mi mamá nos dijo, hay que ser fuertes, hoy no amaneció bien, ella lo conocía mejor que nadie.
Martes, otra llamada: «Juani, mi papá ya no responde, ya no comió y mi mamá estaba intentando despertarlo, pero no responde, venite», la verdad no me dio tiempo de llorar, porque no podía, estaba sola con el niño y tenía que de nuevo alistar maletas y esperar a mi esposo que llegara por mí.
Mi papá no se fue ese día, se fue el jueves, estuvo 24 horas hospitalizado aún consciente, logré hablar con él y me abrazó, no quiso decir nada de Matías, el nieto que tanto esperó. Yo no pude más, me derrumbé. El niño cumplía 38 días.
Mi cuarentena terminó con el entierro de mi papá y mi pregunté ¿por qué?.
A mí no me iba a dar depresión, eso no podía darme a mí, si yo no entendía cómo una madre podía pasar por eso en los días «más bellos» con su hijo, pero aprendí, aprendí que aunque te cuenten mil cuentos de hadas sobre el postparto, también existe la depresión, esa que nos aleja muchas veces de nuestras criaturas, esa asesina silenciosa que si no tenes quien te apoye y esté pendiente de vos, te arrastra a noches sin dormir, pero a días acostada en una cama, sin ánimos de nada.
Las cuarentenas no siempre son historias con final feliz, que dicha tienen las que pudieron dar de mamar, las que pudieron cargar a sus hijos todos los días, las que no tuvieron que enterrar a un ser querido en medio de ese alboroto hormonal que uno vive después del parto.
Así fueron los cuarenta primeros días de Matías y mis primeros cuarenta días como madre… Hoy sé que no soy perfecta, no soy de hielo, no soy mala madre por no tener fuerzas para sostener a mi hijo, solo soy una humana queriendo aprender a ser madre.
Gracias por compartir tu historia con nosotros. La historia de una mujer real que como muchas enfrenta retos desde el inicio de nuestra fase como madre.
Siento mucho lo de tu papá, que su recuerdo sea tu inspiración para ser mejor cada día.
Fuerza!